viernes, 29 de septiembre de 2017

Turismofobia


TURISMOFOBIA



Desde hace un tiempo ciertas ciudades con gran fama turística (como puede ser Barcelona) han sido testigos de un fenómeno que se ha venido a llamar "turismofobia". Este fenómeno se genera cuando se rompe el equilibrio o capacidad de carga de un destino turístico porque visitantes y población local comparten recursos limitados y el mismo espacio público. Los residentes emiten quejas por la presencia masiva de turistas y exigen a las administraciones que regulen la actividad del sector turístico.

Llamamos turismo al hecho de viajar sin otra justificación que el viaje mismo. Ni viajar para escribirlo, para hacer negocios, para educarse o educar, para ver amigos o amores. Turismo es viajar para nada en particular.

La Turismofobia empezó cuando el turismo se volvió una industria decisiva. El año pasado movió a  1200 millones de personas a través de las fronteras, engendró el 10% del producto bruto mundial y proveyó uno de cada 10 empleos.

En esta industria España es líder, es el tercer país más visitado del planeta, tras Estados Unidos y Francia, y el primero en turistas por habitante. Más de dos millones de Españoles viven de esas visitas. El gran cambio es que, últimamente, muchos residentes detestan al turista o, por lo menos, al turismo.

La turismofobia española crece en Madrid, San Sebastián, Granada, pero tiene su epicentro en Barcelona. El año pasado la cuidad atrajo a 30 millones de visitantes, y las encuestas dicen que el turismo es la principal preocupación de los locales, por encima del desempleo, el tráfico y el acceso a la vivienda. El asunto sale en todas las charlas, crece el resentimiento y aparecieron grupos de izquierda que tratan de sintetizarlo con acciones casi violentas (y un poco bobas). El más notorio es el grupo Arran que forma parte de la Candidatura d'Unitat Popular (independentista Catalán) que en las últimas semanas detuvo una guagua turística, pinchó las ruedas de bicicletas turísticas y pintó en algunos muros Tourists go Home.







Los "atentados" son anécdotas menores. Lo significativo es que la molestia de los ciudadanos aumenta cada día. Es cierto que el turismo transforma los espacios (y las vidas). Los comercios locales son reemplazados por tiendas que venden souvenirs, comida mala y cerveza barata y las viviendas por hospedajes transitorios. Algunos barrios donde llega el turismo (más ahora con páginas de "pisos turísticos" como Airbnb o Homeaway) se encarecen tanto que muchos vecinos deciden abandonarlos.

El turismo obliga a sus lugares a parecerse más y más a la imagen que sus visitantes tienen de ellos, a volverse más típicos, más tópicos, y a declinar sus peculiaridades para amoldarse a la postal. Culturas que se pierden y se banalizan, poblaciones que ya no inventan sino maneras de servir. Todo lo cual va ha provocar que el turismo desaparezca de esos lugares, ya que ¿por qué vendrían los turistas a un lugar que no tiene autenticidad, a un lugar que es igual a todos los demás?.

Los que quieren limitar la cantidad de visitantes para evitar la saturación suelen pretender un turismo de calidad lo que consiste prácticamente en rechazar a aquellos turistas que gastan menos en sus viajes. En este caso el turismo volvería a ser una actividad que solo podrían disfrutar las personas adineradas.

Otros piden que por lo menos se reparta mejor la riqueza que deja ya que los empleados del sector suelen estar mal pagados y desprotegidos (de media los camareros cobran 700€ al mes y las camareras de piso en los hoteles cobran 1.5 euros por cada habitación que limpian). 

Las soluciones no aparecen y los ciudadanos expresan un odio mal dirigido hacia los negocios de corporaciones hoteleras, empresas de apartamentos turísticos, compañías de cruceros, fabricantes de souvenirs, cadenas de comida mala, aerolíneas baratas o caras y, en consecuencia, a los turistas. La culpa de los males del turismo no la tienen los turistas. El problema está en pensar en nuestros espacios como un lugar para el negocio y no para la vida.




Alicia León

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